Abandona tus esperanzas para comenzar a amar sosegadamente, genuinamente y bondadosamente.
Desde pequeños nos han enseñado a hacer. A construir. A elaborar. A planear. A proyectar. A soñar. Imaginar. Idealizar. Emular.
Sin embargo, se olvidaron de la parte más importante. Se olvidaron de enseñarnos a ser.
A fundirnos con el momento, y respirar por cada poro de nuestro cuerpo, sentir cada ínfimo movimiento, escuchar el silencio quieto. A despojarnos del segundo anterior, continuamente. A despreocuparnos por el segundo siguiente, siempre.
Se olvidaron de anunciarnos lo frágiles que somos. Entes enérgicos sostenidos por la efímera respiración.
Se olvidaron porque somos más que eso. Somos lo más sumamente pequeño, y lo más desproporcionadamente grande. Somos el sol y la luna, el alba y el anochecer. El bien y el mal, el placer y el sufrimiento. Somos todo y a la vez nada. Porque ante todo, ser es únicamente ser. Y ante el mundo fenoménico, simplemente somos; sin juzgar ni opinar, sin concretar ni recordar. Somos la quietud pacífica del contemplador silencioso. La bondad profunda de la energía unificada y eterna, serena y resuelta.
Cuando te das cuenta de que esperar es doloroso, ya que la vida se resume al instante, comienzas a despreocuparte. A distenderte. Te tornas ligero como el viento, flexible como el mar, poderoso como el fuego, bondadoso como la tierra.
Esperar significa quedarse clavado e irresuelto, sin actuar ni percibir, sin ser. Es un punto interesante en el que puedes despertar a la relajación más pura. A un estado completo. A un sentimiento de unión total. Al amor incondicional. A la sabiduría transcendental.
Abandona la esperanza para ser la templanza. Abandona la acción para ser la compasión. Abandona tu yo para ser la unión.
Desde pequeños nos enseñaron a querer. A poseer. A controlar. A manipular. A atacar. A gobernar.
Sin embargo, se olvidaron de la cosa más importante. Se olvidaron de enseñarnos a amar.
De enseñarnos a aceptar como tal, a la persona frontal. A amar, sin ataduras ni pretensiones, sin interés ni posesión, sin manipulación ni agresión, sin control ni dolor. A simplemente amar, tal cuál es, el instante, el momento, y todo lo que esté es. A sentir la magia de amar genuinamente. Bondadosamente. Sinceramente.
De simplemente amar.